20150422

De tableros y venenos.



Hay gente que es tóxica.
En la vida, a veces hay personas que se paran en frente de ti y te ofrecen una copa de veneno. En muchas ocasiones salen de la mismísima nada, casi como si se materializaran a partir del aire mismo; a muchos no los conoces, o apenas sabes quiénes son, pero de pronto te cortan el paso y te ofrecen esa copa llena de una sustancia tóxica.
Muchos lo hacen a escondidas, fingiendo. Tratan de hacer pasar el veneno por vino. Ocultan su aroma con las florituras de un perfume que no huele a nada. O lo sirven en una copa negra, tan oscura que podría estar llena de arañas y no te darías cuenta; arañas que ellos mismos invocan, que ponen allí para que, en tu descuido, cuando acerques la mano te ataquen. Ahí el veneno ya no es su arma; es sólo una carnada.
Otros, te tienden el veneno a plena luz del Sol, sin tapujo alguno; casi como si te gritaran en la cara "mira, te estoy ofreciendo algo tóxico". No sienten vergüenza alguna, simplemente van y lo hacen. 
No siempre el veneno es letal. A veces te mata; pero en la mayoría de los casos, no. Muchas veces sólo causa daño, te mancha las venas con una sustancia negra, a veces echa raíces en tu corazón y te contagia de la misma oscuridad que los llevó a ellos a ofrecerte la copa. Te vuelve igual de tóxico que ellos.
Muchas veces me ofrecieron copas de veneno. A veces camufladas; otras, de maneras tan despreocupadamente obvias que rayaban el descaro. Y cuando te las ofrecen, tienes tres opciones. Sólo tres.
Antes, yo siempre optaba por la misma. Aferraba la copa con las manos, y la arrojaba contra el suelo con todas mis fuerzas, derritiéndome de placer mientras veía cómo semejante artilugio era masacrado en cuestión de segundos. Sí, a veces tenía que sacudirme las arañas de encima, pero veía los rastros de veneno, los fragmentos hechos añicos en el suelo, y me sentía poderosa: no sólo porque había descubierto el truco perverso, sino que también porque les había dado vuelta el tablero. Les había ganado en su propio juego, haciendo uso de las reglas que ellos mismos habían inventado.
En algún momento me di cuenta de lo equivocada que estaba. Porque cuando la copa cae al suelo y estalla en mil pedazos, el veneno se derrama y salpica. Lo salpica a él, que te ofreció la copa, pero también te salpica a ti. Y, en la gran mayoría de los casos, ese veneno atraviesa la piel y se asienta allí; llega para quedarse, tiene un efecto similar —pero en menor escala— al que habría tenido si te hubieras bebido la copa. Y entonces te envenenas igual.
Otra opción es aceptarlo. Aceptarlo, y bebértelo. Suena absurdo, cualquiera pensaría que el que acepta el veneno y se lo toma es un idiota, pero muchas veces la copa nos la ofrece alguien cercano a nosotros y por eso están en juego la confianza, el cariño, y otras emociones más complejas que no nos permiten actuar con racionalidad. Y entonces sí, lograron su cometido, nos bebimos la copa y —muchas veces, sin saberlo— nos llenamos de sombras, de insectos y gusanos negros que nos van carcomiendo las entrañas hasta arrasar con todo y dejarlo todo muerto, arruinado, mordisqueado por el odio, la rabia, la envidia.
Pero existe una tercera opción. Y es el rechazo. El rechazo amable; sin arrojar la copa contra el suelo. "No, gracias". "Paso". Y entonces, ¿qué hacen? Porque su treta les salió mal. Porque esperaban que te tomaras el veneno, o que te enfurecieras al darte cuenta de lo que te estaban ofreciendo, o como mínimo que tuvieras que andar sacudiéndote los arácnidos de encima... y resulta que les agradeciste con cortesía y les dijiste que no.
Ahí no pueden hacer nada.
Y muchas veces, en su frustración, acaban por tomarse el veneno ellos mismos.

"No voy a volcar en el suelo la copa de veneno que me pongan en frente, pero muchísimo menos tengo intenciones de tomármela por propia voluntad."


'Cause if I burn, so will you.