20140223

El miedo es encantador y aterrador a la misma vez.



Se mueven con elegancia, deslizándose de forma irregular, como si latiesen. Atraviesan las aguas como espectros, con sus colores brillantes y translúcidos y sus cintas extensas y enroscadas. En la oscuridad de las profundidades resultan bellísimas; al salir a la luz, nada de su majestuosa presencia queda. Son los fantasmas del mar.

Si la miras de frente, es prácticamente invisible, no más que un punto que puede confundirse con facilidad con el polvo. Si la miras de lado, se observa como un tajo elevado sobre el suelo, como un diminuto fulgor plateado que se extiende horizontalmente rasgando el aire. Parte de ella busca esconderse en ti, en tu propia piel, para llorar sus venenosas lágrimas, o para llevarse tu fe consigo. Es casi imperceptible, pero sin embargo ella está ahí, aguardando...

Recorre cada parte de tu ser como si se tratase del fuego, el hielo, y una fuerza omnipotente a la vez. Te retuerce, juega con tus entrañas, muerde tu propia carne, arranca tus células una por una y las vuelve a juntar a su gusto. Rasga tu piel, golpea incesante en tu mente, quema en tus ojos y te hiela la espalda, impidiéndote moverte, dejándote indefenso. Se manifiesta siempre sin mostrarse, es una consecuencia que siempre se hace visible por sus causas y nunca por ella misma. Es la debilidad que surge de la involuntaria autodestrucción.

No siempre son pequeños, no siempre son tan grandes... Se alzan sobre el suelo, sobre las paredes, sobre cualquier superficie que encuentren. Toman la forma que más les apetezca, ya sea alzando sus cúpulas coloridas para protegerse, ya sea pintando una sombra sobre los tonos blancuzcos. Son como espectros que te observan en la oscuridad y también en la luz, aunque no son muy amigos de ésta última. Se refugian en la humedad y viven de ella, como seres vivientes que surgieron por mera necesidad de existir, casi como por generación espontánea.

Te alza en el aire. Ah, la cuerda se tensa. Te eleva sobre el suelo a una velocidad que tú nunca podrías alcanzar. Ah, pero estás pendiendo de esa cuerda... Sube deslizándose suavemente, haciendo apenas ruido. Es curioso, tú nunca quisiste ahorcarte, pero de pronto tu vida depende de la voluntad de esa soga... Te lleva a lugares altos, acarrea con tu peso... y con el suyo propio... ah, esa soga... Ante tus ojos no parece más que un listón casi invisible, deshilachado y frágil.

Te oprime. Te oprime porque a pesar de que tienes los ojos bien abiertos y la mente totalmente despierta, esas paredes a tu alrededor no te impiden ver nada en absoluto. Te oprime porque te falta el aire, te oprime porque el vasto cielo y las furiosas olas fueron escondidos de ti, ocultados por cuatro paredes que se ciernen en torno a ti, en silencio. Están inmóviles, sabes que no pueden hacerte daño, y sin embargo, eres presa de ellas. ¿Dónde está la salida? ¿Dónde quedó mi libertad? Ah, el aire de afuera se la llevó consigo...

Uno. Dos. Cien. Millones. Cuando es uno, no existe problema alguno. Pero se reproducen. Salen de la nada. Y vienen más. No deberían estar ahí. O quizás sí, ¿importa? Se alzan todos juntos, invadiendo en pequeñas multitudes. Son tantos que no tienen más remedio que aproximarse a ti, que ocupar tu espacio, y el de los demás, y el aire, y el cielo, y todo cuanto puedes ver a tu alrededor. Son muchos. Te intentas apartar, paralizado. Cuando están por separado no te importan. Pero cuando vienen juntos... Cuando vienen... juntos...

Puede que brille, puede que no. Cuando no está conducido por la furia y la energía, es frío al tacto. Sin embargo, es cuestión de conectarlo con ellas para que queme al menor tacto. Tu espalda traquetea, te mueves sin poder desplazarte lejos de allí, tus ojos se dan vuelta, y al suelo. Ten cuidado con qué le das de alimento, podría retorcerlo también, gritando. Ten cuidado con qué le das de alimento, podría fundirlo y rechazarlo.

Son pequeños, pero su poder es incuestionable. Suelen aliarse entre ellos, aunque algunos prefieren estar solos. Viven en un mundo regido por sus propias jerarquías y sus propias reglas, ajenos al resto... Sin embargo, al momento de defenderse no dudarán en hacerlo. No dudarán en hundirse en tu piel y dejar su vida en ella junto con su fe. No dudarán... El verdadero interrogante es, en realidad, cuándo consideran ellos que los estás atacando.
'Cause if I burn, so will you.