En su caso es muy sencillo. Lo es porque tratar de abrazar la tierra, los troncos de los árboles, y recostarse sobre el césped mirando el cielo descubierto es accesible al humano, está dentro de sus capacidades. Lo es porque cuando se trata de conectar con esos elementos, ellos ceden y responden de la misma manera.
Mientras que yo intento aferrarme al frío hielo, al gigantesco iceberg en medio de una marea violenta e impredecible, tratando de evitar que las olas aplastantes me sumerjan y me lleven, alzando los ojos y encontrándome con un cielo cubierto de nubes, totalmente negro, que augura una tormenta de nunca acabar.
Miro hacia arriba e intento pensar que, al menos por una vez,...
Pero no. Es el hielo y la lluvia y las olas, es destructivo y, lo que es más importante, es imposible de abarcar con los brazos.
Y la idea de que el hielo me rechace y me lance lejos, impidiéndome volver, me aterra hasta el punto de quitarme el sueño.
(Como si vivir eternamente luchando por mantenerme pegada al hielo, sabiendo que nunca surtirá ningún efecto, no fuese lo suficientemente doloroso.)
Hacía tiempo que no me sentía tan pequeña. Tan... insignificante. El resto del mundo no me importa un carajo, el problema... es otro. Son sus risas, y sus palabras y el viento que hay entre nosotros.
Es mi puta culpa por no haber frenado esto cuando todavía podía. Y acá estoy, esto es la men ta ble.
No ghosts.
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