Van dos noches que aparece en mis sueños.
(Sueños... o mejor dicho, pesadillas.)
Mi orgullo es como una llama eternamente encendida, que apenas se ve amenazada aumenta varias veces su tamaño y acaba por convertirse en un incendio enorme. Destruye todo lo que tiene a su alcance, y una vez que siente que la amenaza se disipó vuelve a hacerse pequeña, silenciosa e insignificante. Soy de ese tipo de personas que cuando se siente amenazada o traicionada, sabe dónde hay que dar el golpe para que el otro caiga, y no se contiene en absoluto.
A veces es una de mis mayores fortalezas. Muchas otras es un defecto. Porque no puedo contenerme, y a veces ese golpe va directo a las personas que más quiero.
Por ese orgullo tan grande que tengo es que no soy de los que vuelven, mucho menos de los que lo hacen rogando. Y menos todavía si sé que no tiene sentido hacerlo porque no surtirá efecto alguno.
Pero tampoco puedo negar lo que mi inconsciente trata de decirme mediante pesadillas. En realidad no son malos sueños... se convierten en ellos cuando abro los ojos y me doy cuenta de que fue todo una ilusión, y de que ya no estoy sujeta a esa realidad, sino que a otra muy diferente.
Van dos noches que aparece en mis sueños.
¿Qué necesidad había?
(Mi orgullo es bien predecible, sé que después me voy a arrepentir de haber escrito esto; pero mi manera de ser, sin dar vueltas, me impedirá borrarlo.)
No ghosts.
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