Violencia a la amistad.

La gente es demasiado suceptible y hoy en día es complicado mantener el control. Las palabras lo significan todo y los sentimientos se escondieron bajo una coraza irrompible, pero frágil a la vez. Ya ni siquiera las promesas entre amigos tienen valor, y la histeria de las discusiones está dominando las mentes de los que en su mejor momento fueron los más tranquilos. El humano de ahora se toma todo a mal, malinterpreta las intenciones de sus más allegados y es cuestión de segundos para que se ponga a la defensiva y comience a insultar. O en el caso de los más débiles, llora. Se victimiza. Toma las críticas constructivas como insultos y crea una pena en su corazón que se basa en interpretaciones incorrectas. Odio tener cosas para decir y tener que callármelas por no herir al otro. Por eso es que nunca lo hago, nunca cierro la boca ni me muerdo la lengua, y es por ello que vivo hiriendo a la gente que se me acerca, de un modo u otro termino diciendo algo que no les gusta y les toca en lo más profundo. Más si es en el contexto de una discusión. No soy de la clase de persona que se queda de brazos cruzados mirando el mundo pasar y la gente haciendo lo que quiere. No soy de la clase de persona que acepta las injusticias y permite que las personas vivan en sus errores e incoherencias. En una pelea saco todas mis armas. Pruebo cuál es la que más profundo llega al oponente, cuál es aquella que más lo va a herir. Juro que a veces siento que no merezco a la gente por el simple hecho de menospreciarla, pero no puedo evitar reaccionar así.