Todos tenemos algo que alguien anhela.

Nunca somos lo suficientemente buenos. Siempre hay alguien que nos supera, alguien que hace las cosas mejor que nosotros, alguien que tiene mejor apariencia, alguien que tiene mejores notas en los exámenes, alguien que tiene más amigos, alguien que tiene más dinero, en fin, siempre hay alguien que tiene o logra algo que nosotros queremos y por alguna razón del cosmos no conseguimos. Siempre estamos fijándonos en esa gente y lamentándonos por ello, preguntando a un Dios en quien no creemos por qué ellos sí y nosotros no. Derramamos litros de lágrimas porque la envidia y los celos nos consumen, nos malhumoramos y gritamos, y generamos, en el interior, un odio profundo hacia nosotros mismos por el simple hecho de ser nosotros, porque ansiamos con tantas ganas ser aquellos que tienen lo que nosotros queremos que no nos detenemos a valorar la opción de que, quizás, nosotros también tenemos algo especial que ese alguien ansía con todo su ser. Quizás incluso esa persona no disfruta de su cualidad porque le trae problemas y renunciaría con toda certeza a ello, quizás (y evidentemente sucede) se ganó un montón de enemigos por tener algo que todos ellos no. ¿Por qué nunca estamos conformes con lo que tenemos? No voy a mentir, no todos somos capaces de las mismas cosas, algunas personas simplemente no tienen la posibilidad de llegar a ciertos lugares. Pero sí tienen la chance de llegar a puntos que, esas otras personas poseedoras de algunas características tan especiales que ellos quieren, no pueden. Deberíamos resignarnos y reconocer que hay ciertas cosas que nunca vamos a tener, y aceptarnos tal cual somos, querernos por lo que tenemos y no por lo que nos gustaría tener, y en vez de envidiar al otro, lo cual puede derivar en insultos y peleas, acercarnos, darle un par de palmadas en el hombro, y decirle cuán impresionados estamos por su talento en ese aspecto.