20101114

13.11.10 Paredes blancas.

Pasar por el frente del edificio al que había ido durante toda su corta vida y verlo destruido, con las paredes sin cáscara, cubiertos los vidrios con papel de diario y vacío por dentro, le causó una sensación extraña. Pero en el fondo entendía que nada era para siempre, que el presupuesto se estaba agotando y que debían renunciar a uno de los dos locales. Lo que no entendía era por qué elegían el otro, el más nuevo, para dejar el clásico y pequeño edificio atrás.
Sin embargo siguió su recorrido. Caminó unos metros más -porque para colmo, la distancia entre los dos edificios era de tan sólo unos cinco metros- y llegó frente a la puerta. Temió el tener que tocar timbre, pero estaba abierto. Entró y esperó a que la atendiera la recepcionista. Luego de unos minutos le explicó a qué iba, le dio el ticket y le dijo que diera la vuelta al mostrador y subiera al primer piso.
Llegó arriba y no supo a dónde ir. Era todo tan extraño. Caminó para donde su instinto le indicó, aunque lo cierto era que no había muchos lugares a los que dirigirse. Avanzó por un pasillo estrecho hasta que se encontró con una mujer que le sonrió y le señaló una puerta a su lado.
Allí dentro se hallaban las dos en una curiosa reunión. Una estaba atendiendo a la otra. Ambas le sonrieron, pues ya terminaban, y la saludaron y le preguntaron cómo estaba. Medio confundida, respondió a las preguntas como si no estuviera oyendo, como si fuera algo automático de todos los días, aunque en cierto sentido lo era. Finalmente la que no debía estar allí salió y la otra cerró la puerta. Le preguntó algunas cosas más y luego comenzaron con el tratamiento. Mientras hacía esfuerzos por pensar en otra cosa, notó que las paredes de aquel nuevo cuarto eran mucho, pero mucho más blancas que las de antes. La blancura omnipresente cegaba. Los muebles eran blancos. Las paredes eran blancas. Las luces eran blancas. Todo era blanco. Se lo comentó a la mujer y primero no pareció entender, pero después de un rato comentó que sí, que tenía razón.
Y hablaron de temas intrascendentes durante todo el rato. Cada unos minutos se hacía un silencio, generalmente corto, producido por la dureza del tratamiento, o porque se sumían en sus pensamientos, o porque sencillamente, en ese momento, no tenían nada para decir.
Y terminaron. En el final, hablaban de un tema que nunca antes habían tocado, pero ninguna de las dos creía que fuera por nada en especial. Estaban a mitad de la conversación cuando el tratamiento terminó. Entonces la mujer la dejó sola, diciéndole que bajaba a esperarla. Ella juntó sus cosas, respondió un mensaje, y salió. Al llegar abajo, volvió a responder el mismo mensaje dándose cuenta de que no se había dado cuenta de algo -sí, paradójico- y esperó a su madre. Saludó a la mujer, su madre llegó, pagó, le entregaron un plástico que debía darle al de seguridad, lo devolvió, y se fueron.

Parece ciertamente común. Pero fue extraño. Un hecho normal, tan simple como esto, puede convertirse en algo realmente extraño tan sólo por no ser la rutina de siempre...
'Cause if I burn, so will you.