20101022

Frente a la taza azul.

Algunas personas llevan vidas largas y muy duras, pero cargan con ellas hasta el final, sin importar lo que pase. Otras, comienzan a marchitarse por dentro, y con el pasar del tiempo, se vuelven tan inestables que deciden acabar con todo. Y otras llevan una vida perfecta, excelente, pero a ellos no parece alcanzarles y por lo tanto deciden matarse.

Pero a Karev le bastó con una mañana, con una taza de café y una servilleta a medio usar.

Estaba sentado, encorvado, frente a la mesa de madera de la cocina. A sus cuarenta y pico, todavía conservaba la costumbre de despertarse al mediodía. Eran más de las doce y él estaba allí sentado, despeinado, con una bata verde oscuro encima, mirando su taza de café frío, con expresión de desinterés y poca convicción.

A su alrededor reinaba el desorden. Había papeles por el piso, y el tacho de basura desbordaba de porquerías. Los almohadones del sillón se hallaban tirados junto a un paquete de papas fritas y un vaso vacío, que previamente había estado lleno con Coca-Cola. En la mesita ratona estaban las cuentas de la luz, el gas, el teléfono y el celular robado meses atrás. Las persianas estaban rotas, a medio abrir, y uno de los vidrios de las ventanas tenía un agujero provocado probablemente por el piedrazo de algún niño travieso. De la respectiva piedra, no había rastros. En el lavatorio de la cocina había cerca de una docena de platos para lavar, y ni hablar de las ollas, cacerolas, y los cubiertos y tazas de café frío. La heladera estaba prácticamente vacía, y en la puerta había rastros de salsa de tomate derramada.

Karev no despegaba la vista de la pequeña taza azul. La observaba fijo, como si estuviera buscando algún detalle, pero sus ojos se notaban distraídos, desenfocados. Él sabía perfectamente dónde se encontraba, pero en ese momento su pensamiento vagaba en el pasado.

Aquel iba a ser un día igual a todos los anteriores. Pensaba salir a cortar el césped, arreglar las rejas, hacer la compra de supermercado y volver a su casa para quedarse mirando el techo, sin saber qué hacer. Trabajo, desde hacía meses que no tenía. El dinero que le quedaba era parte de una pequeña fortuna que él y su ex novia habían ganado en el casino tiempo atrás y que lentamente había gastado en comida, cuentas a pagar, y cigarrillos. Recordó esa noche, recordó la expresión en la cara de Anna cuando se dieron cuenta de la suma de dinero que acababan de ganar. Recordó su sonrisa, la que ella llevaba pintada en la cara todos los días. Recordó aquella casa cuando era completamente nueva; hacían más de diez años ya de eso. Los días de semana era ella quien se encargaba de despertarlo para que saliera a trabajar, y era ella quien lo recibía por las noches. Los sábados salían a pasear por el río y los bosques cercanos, y los domingos visitaban la familia de Anna. Hizo memoria de sus últimas vacaciones, en las costas de Brasil, y se preguntó por qué todo habría de terminar tan mal. Se acordó de la Anna de los últimos meses, distante, malhumorada, y luego recordó la noche en que, al llegar del trabajo, la encontró rodeada de valijas y dispuesta a irse. Le rogó que le explicara por qué, pero ella se limitó a decirle que lo había amado, pero que él estaba destinado a la ruina. Recordó los faros traseros del auto alejarse por la ruta, y nunca más los volvió a ver. No lloró, pero pasó un largo tiempo deprimido. La llamó varias veces, en vano. Finalmente desistió, pero nunca volvió a ser el mismo. Comenzó a distanciarse de la gente, hasta que finalmente sólo llamó ocasionalmente a sus padres, para explicarles que estaba bien y sano, lo cual eran palabras vacías, porque estaba solo, deprimido, y fumaba dos atados de cigarrillos por día. Empezó a tener problemas en el trabajo. El jefe estaba molesto porque no hacía lo que debía, o lo hacía mal. Se ausentaba seguido y no llevaba ningún justificativo. Al final se decidió y lo despidió. Y allí estaba ahora. Frente a su taza de café, pensando.

Tenía que dejar de fumar de forma urgente. Pero su relación con los cigarros iba más allá de una adicción, pues lo habían ayudado muchísimo con el asunto de Anna. Era despedirse de ellos tristemente, lo cual por otra parte tomaría meses, o agravar su tos y su estado de salud.

Le agarró un ataque de desesperación. Pensó en ambas opciones, sin decidirse por ninguna. Una era tan mala como la otra. Pensó que lo mejor habría sido que el problema jamás hubiese aparecido.

Pero sin embargo, allí estaba, intentando decidir entre su salud y su dinero, y su adicción fortificante.

También pensó en el poco dinero que le quedaba, y en todas las cuentas que debía pagar. No tenía idea de cómo se las iba a ingeniar para saldar todo eso. Y no sólo eso, sino que además la casa se caía a pedazos y no tenía la plata para arreglarla.

Y recordó a sus padres, solos, en muy mal estado de salud, cada vez más desmemoriados.

¡Si tan sólo aquellos problemas nunca se hubieran presentado!

Estuvo a punto de destrozar la taza contra la pared, pero se contuvo. En cambio, tomó el poco de café que le quedaba y lo dejó en el lavatorio junto al desastre. Juntó todos los papeles en el suelo, lo que era útil lo dejó ordenado en la mesa ratona, lo que no lo tiró a la basura y sacó la bolsa afuera. Lavó la vajilla y se las ingenió para subir las persianas y que el sol entrara por las ventanas. Se sonrió y lentamente subió por las escaleras, llegó a su habitación, tendió la cama, y se sentó en ella.

Abrió el cajón de la mesa de luz y observó la caja blanca que se hallaba allí dentro. La sacó y la abrió para encontrarse con un revólver. No sabía de qué clase era y tampoco le interesaba. Se encargó de quitarle el seguro y cargarlo.

Se acostó en la cama, se apuntó en la sien, y cerró los ojos.


Nadie oyó nada.
'Cause if I burn, so will you.